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París, mon amour, siempre «Pagui»

No hay nada más sensual y delicioso que oir de los labios de una guapa y elegantísima artista pronunciar el nombre de esta ciudad en su idioma original. Imaginenlo por un momento, por favor.

La gran belleza de Paris reside en que sigue siendo cien por cien parisina. Tras encogerse de hombros con un desdeñoso moue y un distante “bof!”, la ciudad ha aceptado, pero sobre todo ha ignorado, la llegada de otras culturas. Cuando abrió el primer McDonald´s , se tuvieron que cambiar los nombres de las hamburguesas (recuerde el rap “Royale con queso” de John Travolta en Pulp Fiction): incluso la más universal de las marcas tiene que acatar la disciplina parisina.


Paris resulta imperecederamente homogénea. El decimonónico trazado de calles del barón (modelo de numerosos diseños urbanos posteriores), al que dan solidez las Campos Eliseos, permanece casi intacto a pesar de los esfuerzos de los revolucionarios, los ocupadores, los liberadores y los hechos de 1968. Los edificios de pisos de tres y cuatro plantas, con el tejado abuhardillado, son el papel secante arquitectónico de la ciudad,capaz de absorber con la misma facilidad la Place des Vosges, del ancien regime, el centro Pompidou o la Pirámide de vidrio del Louvre diseñada por I.M. Pei. Mientras, sus hitos más conocidos llevan en pie al menos un siglo (la representativa torre eiffel y el blanquísimo Sacré- Coeur) o casi ocho (Notre-Dame).

El centro de la ciudad (la aglomeración más allá de la periferia es tan infinita como en la mayoría de las ciudades) es compacto y fácil de recorrer a pie. Los surrealistas daban mucho valos a la acción de caminar como el mejor modo de encontrar ·l´impromptu·, y no hay mejor manera de explorar París que tomando el metro hata una de esas estaciones tan sugerentes con nombres tan sugerentes y prometedores como Jasmin, Glacière o Pirámides, y pasear sin la ayuda de ningún mapa por la espiral de arrondissements y quartiers. En Montmartre o el Marais, en St Honoré o la Ile St. Louis, puede dejarse llevar por su olfato (en realidad, por todos sus órganos vitales):

 


Aspirar el aroma que sale de un pequeño bistro en la Rue St-Denis, donde puede tomar un croque monsieur o probar foie gras en Fauchon, ver un diminuto museo-taller (el Zadkine, por ejemplo) escondido en un callejón, o dar con las esculturas del jardín de las Tullerías, lejos del bullicio que rodeo, al Pensador de Rodin, a la Mona Lisa o a las Bailarinas de Dégas.

A ser posible ese paseo debe ser à deux, es decir, en pareja. No hace falta que Cole Porter diga que París es para los amantes o que Robert Doisneau lo muestre con su fotografía del famoso beso. París es romántica desde hace siglos, desde Abelardo y Eloíso hasta Jean-Paul Sastre y Simona de Beauvoir, que cenaban y conversaban en la Coupole, o Serge Gainsbourg y Jane Birkin en un tono más sensual. París es una ciudad atractiva, y todavía más de noche. Como Terence Conran, gran francófilo, ha observado, ninguna ciudad ilumina mejor sus monumentos que París.

Algunos parisinos creen que en su ciudad hay demasiados turistas, aunque es posible que ésta haya perdido terreno durante la década de 1990 a favor de nuevos centros de estilo como Estocolmo, Seattle o Berlín, pero sólo es un problema pasajero para una metrópolis con tanta fuerza cultural e intelectual. París posee muchas personalidades (el taller de Picasso, la ciudad gastronómica de A.J. Liebling, la sede de los juegos eróticos de Henry Millar) y una rica mezcla multicultural. La mitad de la población actual no ha nacido en la ciudad, prueba de que “Paris es un aire, un aroma y una actitud mental”, como afirma James Cameron.

Y acabaré este articulo citando a algunos personajes famosos que han llevado a “su Pagui” en la sangre como son Brigitte Bardott, Baudelaire, Simona Beauvoir, Henri Cartier Bresson, Moliere, Polanski.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

París, mon amour, siempre «Pagui»

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