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Sevilla, pasión blanca andaluza

Sevilla es elegancia y donosura. Se levanta mirando con altanería sus vecinas y antes de dar el primer paso ya ha dicho un “ole”. Es una de esas ciudades en que los edificios y las estampas que ofrece, siempre fascinantes por numerosas que sean, parecen casi meras comparsas al lado del extraordinario ambiente reinante. Cada noche las calles comienzan a oler a jazmín y alegría, se visten de luces y se despierta la pura cepa andaluza, una cristalización de lo que para muchos extranjeros es “España”: flamenco, castañuelas, carteles de corridas de toros, mujeres con mantillas, jerez por doquier, carrozas tiradas por caballos, bares con cabezas de morlacos, gitanos… Después de todo, es la ciudad donde Carmen se divertía (la fábrica de tabaco forma parte, en la actualidad, de las dependencias de la universidad), Fígaro ejercía su oficio de barbero y el Tenorio seducía.

Es en esta última obra donde creo recordar un verso del hostelero Cristófano Buttarelli cuando decía “ ¡Quia! Corre ahora por Sevilla, poco gusto y mucho mosto”. En cada primavera, Sevilla rebosa durante unas pocas semanas de esa “españolidad” que tanto atrae a los extranjeros. Cuando acaba el marzo y poco a poco se deshielan los últimos prados, entra la siempre misteriosa Semana Santa. Las diferentes cofradías llevan en procesión las imágenes de la Virgen y Jesucristo en plena Pasión, a las que acompañan unos penitentes tocados de unas túnicas y unas capuchas al estilo KluKlux Klan que no hacen sino aumentar aún más ese sentimiento de misterio que reina durante tan sobrecogedora manifestación de devoción religiosa con olor a incienso y cánticos de fondo. Recuerdo pasar una Semana Santa allí y guardarme en mi libreta una frase de un amigo sevillano. Me alertaba que “ se puede comulgar o no con lo que esto que estamos viendo representa, pero que a ningún ser humano que tenga medio corazón y un pelo por levantar, éste no se le queda tieso al oír un canto a la virgen”. La verdad es que cada parada de la Macarena o el Cristo del Gran Poder me provocaba un gran estremecimiento. Me encantó ver esas ventanas subirse y esas voces desgarradas de pasión religiosa cantar a sus devociones.

Una vez que Sevilla ha cumplido con sus obligaciones religiosas, la ciudad estalla en alegría y fiesta de la mano de la Feria de Abril, durante la cual se bebe, se come, se monta a caballo y se bailan las tan sugerentes sevillanas. Nacida con carácter comercial, al ser en sus orígenes un encuentro ganadero donde se exponían los animales para la compra-venta. A partir del Siglo XIX, el Ayuntamiento creó la celebración de una fiesta anual, siendo la primera en 1847, del 18 al 20 de abril, en la hoy céntrica zona del Prado de San Sebastián, trasladándose en 1973 a su actual ubicación en Los Remedios, aunque en un futuro y debido a su continuo crecimiento, posiblemente se traslade a la zona conocida como “El Charco de la Pava”. Ni que decir tiene que esta Feria está íntimamente ligada a la temporada taurina en Sevilla.

Ambos eventos tienen un fuerte aire teatral, y es que los sevillanos son verdaderos artistas en el arte del “faranduleo”. No en vano, están acostumbrados a tener el mundo a sus pies. Según dice la leyenda, fue Hércules quien fundó la ciudad en las fértiles orillas del río Guadalquivir. Los árabes se quedaron en ella durante casi ocho siglos y nos dejaron el espléndido minarete de la Giralda, uno de los símbolos más emblemáticos de la ciudad. Nadie puede negar que tuviera una influencia suprema en la época colonial, ya que todo el comercio con el continente americano se centralizaba allí aunque Cristóbal Colón saliera de la vecina Palos de la Frontera.

La mejor forma de disfrutar de la estética Sevillana es adentrarse en los patios que son celosamente guardados donde los protagonistas son las flores y las celosías. Si cruzáis el puente al otro lado del Guadalquivir, os encontrareis con Triana, el alegre barrio popular dotado de una personalidad propia, no os olvidéis de bailar al son de las palmas que a vuestro paso os harán.
Y termino este articulo dejándome en la pluma a un oriundo ilustre como Antonio Machado (Uzte perdone, Maeztro) y cogiendo a vuela pluma, valga la redundancia, una canción que me ha servido para inspirar este articulo.

 

 

“La feria se adormece, todo se apaga.

Baila, que siga la alegría

De noche y de día con las sevillanas.

Que cierre las cortinas, que escuche la niña

Con cariño alegre las palmas.

Baila, que ya vienen regando

Y te estás mojando, ya está amaneciendo.

No digas disparates con el chocolate

Déjame que siga bebiendo.

Ole, la noche cartujana, niña enamorada, flor de Andalucía.

Que viva la alegría de mi gente y de mi pueblo, vamos a bailar.

Sevilla, pasión blanca andaluza

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