Amsterdam, un oasis de libertad (II)
Siguiendo con los encantos que Ámsterdam ofrece, diré que una de las cosas que más llama la atención son los coffee shops. La nebulosidad de la marihuana de culto que se fuma allí hace que el café sólo sea un complemento del verdadero motor de este negocio. Las risas parecen brotar naturales y los ojos se esconden tras los parpados. Todo es felicidad entre los apellidados “fumetas”. Una de las frases que me hizo mucha gracia cuando estuve fue la de un español que vivía allí y que me dijo “esto es vida, venden medicina sin receta, tío, y no hacen ni redadas”.
También en algunas tiendas se vende el hongo mágico que no es el post de la bomba atómica, aunque la metáfora pueda servir. Por lo visto se trata de un alucinógeno que provoca muchas visiones y fantasías.
Ámsterdam ofrece, de este modo, las ideas preconcebidas, pero los que sólo hacen la consabida excursión en barca se pierden los rincones secretos a los que sólo se accede a pie (por ejemplo, en el distrito de Jordaan: un museo extravagante o un anticuario exquisito en el sótano de una casa del canal). En un grupo de casas, las plantas superiores se convierten en una capilla católica, muy adornada en 1663; durante esa década, en esas casas se celebró misa, mientras el severo calvinismo avanzaba sin freno.
Dos siglos más tarde, en el desván del 263 de Pinsengracht, Ana Frank y su familia se escondieron de los nazis; el famoso libro escrito por ella nos deja testimonio de la incruenta crueldad de los hombres y el miedo de las gentes que se escondían de una muerte segura. Hoy en día su casa se ha convertido en un museo para que sea recordada.
Aunque durante casi toda su historia (menos 1808-1810) haya sido la capital oficial de Holanda, nunca ha sido la sede de la justicia, el gobierno o el parlamento holandés, ya que todos estos órganos se encuentran en la ciudad de La Haya, que por tanto es la principal ciudad del país con respecto a política y justicia.
Ámsterdam tampoco es la capital de la provincia de Holanda Septentrional, que siempre ha sido Haarlem. Una de las respuestas puede ser que los parlamentarios quieren huir a zonas no tan bulliciosas y nocturnas para poder tomar las mejores decisiones. La noche en esta ciudad es de impresión. Se puede ir al Panama, o el Club 11 que son algunos de los mejores “lounge clubs” de esta ciudad. Si se quiere salir, solo se tiene que poner rumbo con el tranvía hacia Leidseplein o la Rembrantplein.
La ciudad aun tiene más facetas de su carácter que mostrarnos y estas se producen a finales de abril, por el cumpleaños de la reina, cuando el centro se cierra y la ciudad rebosa del color nacional, el naranja (la familia real pertenece a la casa de Orange), durante dos noches de caos, pelucas del susodicho color, camisetas y cerveza también de color naranja. Al día siguiente, a primera hora no queda nada de la basura producida y recogida con celo casi calvinista.
Como dije al principio, otras ciudades se podrán apropiar del atributo de ser las más monumentales, pero ésta es la que mejor define el mito del espíritu, la más intemporal y la que más se ha acercado a la propia libertad del individuo.