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Roma, ti penso bela

Roma tiene tantas definiciones que caer en el tópico de nombrarla “la cita eterna” sería una manera fácil de comenzar este artículo. Me acogeré al derecho de robar una frase que leí en un libro donde Anthony Mingella, uno de los mejores directores y guionistas, dijo:

“Roma es una ciudad descuidada en la que te tropiezas con sus monumentos por accidente, como si los ciudadanos no tolerasen tanta cultura interponiéndose ante un capuchino o un sitio para aparcar”

Siguiendo con el hilo cineasta, diré también que Orson Welles afirmó que Italia estaba llena de actores, casi todos buenos, y que lo únicos malos estaban en las películas. Las calles de Roma son el mejor teatro de Italia, un escenario urbano de elocuentes y profundos ojos castaños de animados gestos acompañados de exclamaciones constantes. Quien no recuerda el más famoso gesto de los italianos con los cinco dedos unidos mirando el cielo.

En esta tierra obsesionada por la imagen, Roma gana la partida. Milán tiene la belleza en su ropa y Venecia en su exceso arquitectónico, pero la belleza romana es la más dórica y la más natural de todas. Aunque me pese porque soy un amante de Florencia, debo decir que Roma puede fanfarronear de ser metropolitana e indiferente ante el orgullo de saberse conocedora de su repercusión a nivel global. En este país de fuertes identidades autóctonas, Milán podría ser la capital económica de Italia, Turín, su centro industrial, y Florencia, su meca cultural, pero cada una de estas ciudades resulta provinciana.

Esa altivez viene dada porque su belleza sedujo a los mejores artistas para que la engrandecieran ya desde la época del imperio romano. La búsqueda de las formas perfectas en sus pétreas esculturas, la singular magnificencia de su panteón o la fastuosidad del foro romano le dan un toque de, como no, ciudad eterna. También debemos resaltar que la arrogancia de Roma procede de las uvas y de la decadencia de su antiguo pasado imperial.

Todo el mundo conoce la leyenda del lobo, y la ciudad está plagada de antigüedad y de monumentos: La Fontana di Trevi, las Termas de Caracalla, la Fontana di Trevi, el Campo dei Fiori, las escaleras de la plaza España, las fuentes y la columnata barroca de Bernini que rodea la plaza de San Pedro.

 

 

Entre las antigüedades y la complicada topografía de sus siete colinas, la ciudad eterna es también una de las más verdes del mundo. Dispone del agua del Tiber, y sus avenidas y parques gozan del dosel de unos peculiares pinos en forma de paraguas que, junto a sus murallas de un color entre rojizo y rosado, proyectan el aura mágica, púrpura y dorada que envuelve a la ciudad al anochecer.
Con todo este gratuito atrezzo, que director de cine se atrevería a no aprovecharlo en pos de una calidad suprema en su fotografía cinematográfica. Me acuerdo de una película de William Wyler donde Audrey Hepburn encarnaba a una muchacha aburrida de sus monótonos quehaceres como princesa. Cuando llega a Roma se escapa de su jaula dorada con Joe Bradley (Gregory Peck) para recorrer anónimamente la ciudad.

Hoy en día, de la belleza ya no se come y los romanos ya no creen que su hermosura salvará el mundo. En otro articulo explicaré la “otra cara” llena de berlusconis, Tangentopolis o gobiernos lobunos de la ciudad y que se puede observar cuando se visita por segunda vez una ciudad. Aqui las apariencias ya no engañan.

 

Roma, ti penso bela

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