Estocolmo, paisajes nórdicos
Aunque suene a tópico, Estocolmo es la Venecia del Norte. Seguramente el viajero que haya pisado las dos ciudades encuentre muchas semejanzas entre la una y la otra. El agua y los canales forman parte de la geografía propia de esta magnifica ciudad nórdica. Fue fundada en la pequeña isla de Stadsholmen, conocida hoy en día como Gamla Stan (ciudad vieja). Las 14 islas que se sitúan a sus pies y que configuran un importante archipiélago hacen que sus habitantes deban disponer de 53 puentes que permiten la circulación entre los diferentes barrios.
La isla y el parque de Djugarden cuentan con los alicientes suficientes como para ser digna de una visita. Allí encontraremos un museo de visita obligatoria dado que nos expone como han vivido todas las generaciones de nórdicos. Es un buen ejemplo de acercarnos a una cultura a veces lejana. Desde allí podemos dar un paseo por su parque y comenzar a degustar lo que Ingmar Bergman dijo refiriéndose a su ciudad: “No es una ciudad. Es simplemente un pueblo bastante grande situado en medio de algunos bosques y lagos. Quizá te preguntes qué cree que está haciendo ahí, pues dándoselas de importante”. Quizá tenía razón porque Estocolmo es una ciudad que destila ese ambiente que tienen los pueblos, íntimos y asequibles, pero con elementos necesarios de una gran capital: una ópera, un gran hotel y un enorme palacio real. La realeza actual desciende de uno de los subordinados mariscales de Napoleón, Jean-Baptiste Bernadotte, quien logró que Carlos XIII le adoptara, con lo que ascendió al trono en 1818.
Cuando me absorbió esta ciudad era un mes de mayo, y es cuando el sol se resiste a ponerse hasta las diez y sale madrugador a partir de las cuatro de la mañana. Con esa luz y los barcos de vapor que llevan decenios haciendo las mismas rutas, la ciudad me atrajo de tal manera que la consideré una de mis favoritas. Solo divisar las casas de madera, los bosques y su perfecta armonía con los canales produce un efecto hipnótico como el que hizo que el gran Vassa se hundiera en 1628 en el fondo de la bahía.
Estocolmo también se quiere a si misma. No hay más que ver la bandera nacional sueca en todas las casas. El azul y el amarillo parecen estar presentes por todas partes reafirmando la unidad de un país donde hay muchos pocos nacionalismos interiores. La misma cultura es en el norte que en el sur, la misma lengua e incluso, aunque con diferencias, la misma gastronomía. Suecia, junto con Japón y otro país que ahora mismo no recuerdo y que dejó a la inestimable ayuda del posible lector, se presenta como un totum unificado.
En el verano de 1973, durante un asedio de seis días al Kreditbanken, el lazo que se formó entre los rehenes y los secuestradores hizo que los primeros se negaran a declarar posteriormente y llevó a la invención de la expresión el “Síndrome de Estocolmo”. Pues al igual que Florencia, que me cautivó con su arte, debo decir que el “Síndrome de Estocolmo” existe y que lo sufro cada vez que un paisaje nevado, un canal, un bosque me recuerdan a la más bella ciudad rubia que he conocido nunca. No me privéis de volveros a hablar de ella en un futuro.