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Rio de Janeiro. La explosión de la sensualidad

No es posible sentirse culpable en Río, una ciudad bendecida con tantos encantos naturales que toda ella se ha convertido en una fiesta del hedonismo. Rodeada de selva tropical, montañas de granito y playas, Río ha sabido sacar partido de tan variopinto entorno. Los cariocas, que es como se conoce popularmente a los lugareños, suelen buscar el fresco y la sombra de las montañas, o bien se vuelcan por entero en la arena, donde aprovechan para cerrar algún que otro trato y de paso ligar, o se consagran al culto del cuerpo, la religión no oficial de Río.

 

 

Hubo un tiempo en que Río de Janeiro fue la capital de Brasil (Sus más fieles partidarios sostienen que todavía hoy en día sigue siendo la capital espiritual del país). Incluso en un momento dado llegó a convertirse en la capital del mismísimo imperio portugués, cuando tras la invasión de Portugal a manos de las tropas napoleónicas Dom Joäo VI hubo de trasladar la corte a Río. Los portugueses arribaron a este espléndido puerto natural el 1 de enero de 1502, y creyeron que se trataba de la desembocadura de un río de grandes dimensiones, de ahí el nombre con el que bautizaron al lugar, Rio de Janeiro, el “río de enero”, antes de proseguir con su expedición. Al poco, los franceses intentaron hacerse con el control de la región con la intención de crear una especie de Francia antártica calvinista. No deja de ser curioso pensar que, en caso de que finalmente se hubieran hecho con el poder, las jóvenes de Ipanema habrían tenido que vestir sayo y cinturón de castidad….

 

 

 

 

El descubrimiento de oro en las tierras del interior y el privilegiado emplazamiento de Río como puerto más próximo a dichas minas hizo que el lugar disfrutara de dos largos siglos de gloria y esplendor. La ciudad fue abriéndose paso por entre las montañas en dirección sur hacia Copacabana y más allá, y entró en el siglo XX con la aspiración de ser el París de los trópicos. Durante las décadas de 1950 y 1960, cuando Sao Paulo se convirtió en el principal centro comercial del país, Río entró en una fase de cierta decadencia y hubo de contentarse con asumir la condición de capital de la diversión y la fiesta. La ciudad cuenta con el carnaval más importante y deslumbrante de todo el mundo, e incluso hay un estadio consagrado a tal efecto junto a la playa, donde los participantes despliegan todas sus galas y llevan a todo el mundo el sonido de la samba, la música de la comunidad negra más pobre que ha acabado convirtiéndose en el himno nacional de Brasil.

 

 

 

De una manera harto peculiar, Río ha integrado a los pobres que viven en ella en unas condiciones del todo deplorables desde el momento en que las favelas se hallan justo en el centro de la ciudad, desde donde curiosamente se consiguen algunas de las mejores vistas. De hecho se han convertido en una parte esencial del paisaje urbano, al que incluso se organizan visitas guiadas, además, claro está, de los dos grandes símbolos de la ciudad: la montaña de Pan de Azúcar y el Cristo en la cima del Corcovado, a cuyos pies late el paraíso de la samba.

Rio de Janeiro. La explosión de la sensualidad

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